Luz de mar

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«De repente me siento mayor…»

 

Ayer me llamó un amiga que me dijo “de repente me siento mayor. Sí, de repente”. Hace pocos años que está jubilada. Sin embargo, nunca ha tenido el sentimiento de tener “cierta edad”. Se siente llena de vida, con energía y –afortunadamente- sin enfermedades importantes. Tampoco las fuerzas y las ganas de hacer cosas le han menguado.

Desde que irrumpió el coronavirus en nuestras vidas, todo se ha trastocado. De repente, es vulnerable, persona de riesgo. Ha empezado a tener la sensación de que es mayor. O, por lo menos, la han clasificado de vulnerable. Seguramente, algunos la ven mayor y ella advierte esa certeza en los demás.

Esta confesión de mi amiga me ha hecho reflexionar sobre el concepto de “sentirse mayor” cuando físicamente te sientes bien. ¿Qué es sentirse mayor?. ¿Es tal vez tener eso que llamamos experiencia?. Está claro que la experiencia –como suele decirse con frecuencia- no es un argumento. Hoy día los jóvenes y no tan jóvenes –e incluso algunos mayores- tienen más y variadas experiencias que la mayoría de gente mayor.

Quizás sea la distancia que nos da el “tiempo vivido”. Sí, el tiempo vivido te da perspectiva. Y de esta los jóvenes no tienen tanta. El tiempo vivido te permite ponerte en el lugar de los jóvenes y adultos. Ya has pasado por esas etapas y los mayores podemos comprender los anhelos, los temores, las pasiones y las frustraciones de las personas que ahora están viviendo esos momentos.

Es esa perspectiva la que permite a los mayores anticipar o vislumbrar los momentos y las emociones que otros van a experimentar. Nosotros ya las hemos experimentado antes. Si no de igual forma, sí parecida. Y como las emociones, pasiones, esperanzas, deseos y sentimientos humanos se repiten a lo largo de la humanidad, los mayores podemos intuir algunas cosas. Es lo que nos permite otear el horizonte desde cierta altura a la que aún no han llegado algunos no tan mayores.

Antes –en tiempos de nuestros padres y abuelos-, cuando éramos jóvenes, los mayores eran los que dirigían el curso de las cosas porque el mundo era casi constante, sufría pocos cambios. Y por ello, las personas que habían vivido más años acumulaban experiencia y sabiduría convirtiéndose en una referencia.

Pero el mundo de hoy es bien distinto. Cambia a una velocidad enorme, vertiginosa, de forma que las experiencias vividas ya no sirven del todo para el siguiente momento. Ni para tener certezas sobre el futuro. Siempre son nuevas. Es como si viviéramos un constante presente. El pasado se ha esfumado y el futuro es una incógnita. Entonces, se me ocurre que los problemas de la gente mayor son los mismos que los de los jóvenes: cómo enfrentarse a un mundo en perpetuo cambio.

Esa energía y ganas de vivir que me comentaba mi amiga me ha recordado “el divino tesoro” del que hablaba Rubén Darío que –en realidad- está presente en todas las edades: se van para no volver. El título del poema es muy revelador  para lo que estamos diciendo Canción de otoño en primavera. El poeta, ya mayor –“canción de otoño”-, mantiene vivas sus ansias de vivir y sus ilusiones como cuando era joven –“en primavera”-. Y copio unos versos del poema que insisten …

 

Mas a pesar del tiempo terco,

mi sed de amor no tiene fin;

con el cabello gris me acerco

a las flores del jardín…

Juventud, divino tesoro,

¡ya te vas para no volver!

Cuando quiero llorar, no lloro,

y a veces lloro sin querer…

 

¡Mas es mía el Alba de oro!

 

El verso final nos indica que, aunque se lamenta por la pérdida de la juventud, siente las mismas ansias de vivir y las mismas ilusiones que cuando era joven. Así, tanto los jóvenes como las personas mayores nos enfrentamos al mundo con la misma energía y capacidad. Y, dada su continua transformación, mantenemos viva nuestra capacidad de sorprendernos. Y en esta época, aún más.