Luz de mar

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Maleza viva

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Maleza viva, la segunda publicación de Gemma Pellicer, es un librito excelente y estupendamente editado, de manera que contenido y forma constituyen un todo armonioso. El título –que sugiere un conglomerado de vivencias, ensoñaciones, fantasías, juego de asociaciones, inspiraciones cotidianas- , la ilustración de la cubierta –raíces, hojas y flores primorosas- y sus dibujos interiores ayudan a profundizar en el contenido: una serie de microrrelatos muy sugerentes.

Maleza viva, Gemma pellicer

Al escribir estas líneas, he vuelto a releer el libro. Esta segunda lectura  me ha aportado nuevas sugerencias. Lo bonito de un libro es eso: que te permita imaginar más y de forma distinta. Que no se agote en una lectura. Que te ayude a ver el mundo desde otra perspectiva. Como hace la poesía. Todas estas son razones para recomendar su lectura. Me permito comentar aquí algo de lo mucho que me ha aportado.

El libro está organizado en dos partes (‘Puntos de luz’ y ‘Herbolario’) que nos sumergen en mundos interiores, nos adentran en introspecciones que permiten acercarnos  –desde la cotidianidad- a lo profundo del ser humano.

Puntos de luz…

Empieza el libro con “Paisanaje” –a modo de introducción- indicándonos que estamos rodeados de arbustos, de maleza viva, como en un océano: “Un océano de rastrojos y retama sin fondo, pensó, con caña y paja de un solo color, de crecimiento salvaje”. Así la autora nos introduce en esa maleza que nos sugerirá muchas cosas.

Continúa con una colección de  51 microrrelatos que conforman la primera parte ‘Puntos de luz’. El primero de todos “Leve realidad” ya nos advierte  de la fugacidad de lo real y de la dificultad de encontrar la lucidez en este gran teatro del mundo. “Horizontes infinitos” reflexiona sobre la dualidad del ser humano que se debate entre la libertad y la cautividad –a veces, autoimpuesta-. En “Presente continuo” plantea la relación que el ser humano hace del concepto tiempo-realidad.

También se ocupa la autora, con aguda crítica, de la situación de acoso y derribo que está sufriendo nuestro país en “A precio de saldo casi” o en “La burla de los disfraces”.

Especial atención dedica Gemma Pellicer a ciertos personajes que pueblan nuestras ciudades y que, a veces, nos inquieta su presencia. Se trata de los locos, los vagabundos, los inadaptados, los viejos, los expulsados del sistema… Las reacciones que provoca su presencia son diversas. Algunas son violentas; otras de rechazo; otras son compasivas. Algunos de estos microrrelatos son “El loco de la Ku’Damm”, “El vagabundo”, “Estela de pájaro”, “Entre sábanas”, “La vagabunda”.

La visión irónica sobre de algunos aspectos de nuestra realidad podemos leerla en “Pulsaciones”:

La indiscreta ventana del móvil acaba de advertírselo una vez más con crudeza tecnológica: si no deja de teclear, va a creer que es un tío de esos que sale a cenar por ahí y no puede evitar mirar de extranjis el parpadeo de la chica que tiene enfrente, esa que odia las pantallas ajenas y aboga por las relaciones directas, sin filtros, sin basura spam, banners ni zarandajas; la misma que justo ahora te advierte con pulso cansino que si no renuncias a teclear de forma compulsiva como vienes haciendo, “ya puedes olvidarte de mí”.

En “El escultor” nos sugiere la autora que la perfección es algo pétreo, sin vida. Solo en la imperfección encontramos la auténtica belleza. En “¿Por qué está todo tan oscuro?” se plantea el consumo de noticias a través de los medios; consumirlas sin descanso y sin pausa. Es la mejor forma de insensibilizarnos ante la realidad.

El humor también está presente. Leemos en “El alquimista”:

Se ha clavado una espina en la garganta para actuar con verdadero sentimiento.

A veces, necesitamos los contrastes para poner en valor lo importante en la vida de cada uno y minimizar las naderías que lo ocupan casi todo. Eso es lo que nos transmite “Desolación de la nada”.

Herbolario…

La segunda parte, ‘Herbolario’,  se adentra en el océano de la vida por la que transitamos, en ocasiones con dificultad y sin rumbo ni orientación. Pero por la que avanzamos sin remedio gracias a la luz. En el primer microrrelato (de los 45 que la componen), en “Emboscada” leemos:

Y, entre tanto, la luz abriéndose paso una vez más, empeñada en alimentar y fermentar cualquier atisbo de vida que sea capaz de arraigar [de enraizar, brotar y erguirse, de prosperar en suma] entre rastrojos y hojarasca.

La imposibilidad de conocer nuestro destino, el olvido de lo que fuimos o la imposibilidad de recordarlo, la naturaleza como testigo de nuestras andanzas o como reflejo de nuestras congojas son algunas de las ideas que pueblan esta segunda parte. Por ejemplo, en “Árbor”, parece que la autora quiere recordar cómo la vejez, el paso del tiempo, nos aporta experiencia, vivencias y recuerdos que, aunque no se ven, están ahí. La apariencia no lo es todo. La última interrogación nos advierte también de lo que seremos:

¿Viejo yo?¿Quién se atreve?¿Quién lo dice?¿Aquel?¿Quién, veamos, es el valiente?¿Aquel otro, tal vez?¿Acaso soy lo que mis ramas peladas, hirsutas, dañinas a veces, dejan ver?¿Acaso estoy hecho solo de brazos retorcidos, anudados, deshilachados?¿Sólo veis en mí esa madeja desgreñada que aparento ser?¿Sólo eso creéis, maldita sea, seréis?

A veces, vivimos agazapados, esperando la oportunidad de ser libres otra vez, como leemos en “Supervivencia”. Otras, los animales se dan cuenta de que las alimañas los muelen a bastonazos. Así recuerdan el dicho de que el hombre es el mayor depredador, como vemos en “Alimaña”. En “La mentira del horizonte” se nos dice que no hay final, no hay horizonte. Detrás de un horizonte hay otro. Y así hasta el infinito.

La idea de que los sueños, las fabulaciones y las fantasías están presentes en el ser humano aparece en varios microrrelatos. Unas veces, estos sueños son positivos y nos permiten avanzar; otras son una trampa, un engaño que impide ves las cosas como son. Lo vemos en “La sonámbula”, “Pájaro emboscado”, “Apnea”, “Espera trepidante”, “¿Fantasea?” O “El nacimiento de Venus”, por ejemplo.

Algunos de los relatos son muy poéticos, como “El anhelo”, “Gavilán de compañía” o “Un cucharón de alpaca”. En “Duermevela” se muestra el valor de la perspectiva. Lo que para unos el agujero luminoso es una liberación, para otros es algo anodino, y otros lo piensan con mayor realismo.

“Nenúfares de flores blancas, terminales” sugiere que los recuerdos que se creen perdidos, de pronto retornan:

Ni la savia que asciende tallo arriba, ni el verde que estalla apoteósico, ni la belleza que asoma siempre (aunque unas veces tarde, o se resista un poco). Ni la vista cansada siquiera, ni el tacto perdido o loco; ni mucho menos la memoria, o el sueño tosco. Nadie sabe por qué este fragmento de tiempo brota hoy, insolente, en mitad del olvido.

Y acaba esta segunda parte con “Marina” como para recordar el título del libro (Maleza viva). En este caso, maleza marina y viva, como nuestras almas:

Y cuando las aguas se abrieron, burbujearon al unísono algas y almas sin brida, balbucientes de gozo y desvelo.

 

 

Un pensamiento en “Maleza viva

  1. Muy bonito, progresa adecuadamente. Qué digo, un auténtico salto cualitativo es lo que se observa en el contenido y el estilo de esta discreta autora que, incapaz de ocultar su brillantez, nos transporta y nos hace partícipes de un universo de vivencias y emociones que elevan nuestro espíritu hasta las más sublimes cotas de la bondad y la belleza.

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